No hay nada peor
que una chica que lee, porque una vida en el purgatorio es
mejor que una en el infierno. La chica que lee posee un
vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un
vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una
alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica
que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y
desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada
por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que
hace de mi sofística vacía un truco barato.
La chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
Sal con una chica que
lee porque te lo mereces. Te mereces una mujer capaz de darte la vida más
colorida que puedas imaginar. Si solo tienes para darle monotonía, horas
trilladas y propuestas a medio cocinar, te vendrá mejor estar solo. Pero si
quieres el mundo y los mundos que hay más allá, invita a salir a una chica que
lee.La chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.
O mejor aún, a una que escriba.
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